Había una vez un matrimonio, con dos hijos. Tenían que transladarse a un pueblo, por motivos personales de trabajo y compraron una casa.
Cuando llegaron al pueblo la gente empezó a murmurar:
-Se va a venir abajo, de lo arruinada que está.
La casa estaba abandonada y tenía un maleficio, según la gente del pueblo. María y José, que así se llamaban los padres de Ana y David, empezaron a escuchar rumores, y tenían miedo por sus hijos.
Cuando ya estaban viviendo en la casa empezaron a suceder cosas raras...
Un buen día David se levantó y el suelo se hundió, se cayó al otro piso, y se hizo una gran herida.
David empezó a llorar y tenía miedo, por lo que le estaba pasando.
-David no tengas miedo -le dijo Ana -arreglaremos la casa cuando tengamos más dinero.
Por las noches, desde que estaban en el pueblo sucedía lo mismo, no paraban de oír ruídos de pisadas y carreras.
Una noche, por fin, se armaron de valor y se atrevieron a salir de la casa descubriendo con gran asombro el misterio de los ruídos: los habitantes del pueblo, se habian transformado en muertos vivientes por culpa de los gases venenosos de la fábrica; todos se dirigían al cementerio, que estaba próximo a la casa, para pasar la noche. A la mañana siguiente los vecinos estaban extrañados por la ausencia de los nuevos vecinos; habían desaparecido sin dejar ningún rastro, se habían esfumado como si se los hubiera tragado la tierra.
Cuando llegaron al pueblo la gente empezó a murmurar:
-Se va a venir abajo, de lo arruinada que está.
La casa estaba abandonada y tenía un maleficio, según la gente del pueblo. María y José, que así se llamaban los padres de Ana y David, empezaron a escuchar rumores, y tenían miedo por sus hijos.
Cuando ya estaban viviendo en la casa empezaron a suceder cosas raras...
Un buen día David se levantó y el suelo se hundió, se cayó al otro piso, y se hizo una gran herida.
David empezó a llorar y tenía miedo, por lo que le estaba pasando.
-David no tengas miedo -le dijo Ana -arreglaremos la casa cuando tengamos más dinero.
Por las noches, desde que estaban en el pueblo sucedía lo mismo, no paraban de oír ruídos de pisadas y carreras.
Una noche, por fin, se armaron de valor y se atrevieron a salir de la casa descubriendo con gran asombro el misterio de los ruídos: los habitantes del pueblo, se habian transformado en muertos vivientes por culpa de los gases venenosos de la fábrica; todos se dirigían al cementerio, que estaba próximo a la casa, para pasar la noche. A la mañana siguiente los vecinos estaban extrañados por la ausencia de los nuevos vecinos; habían desaparecido sin dejar ningún rastro, se habían esfumado como si se los hubiera tragado la tierra.
Se fueron a vivir a otro pueblo...
-Ahora esto sí que es vida -dijo David.
-Tenemos muchos amigos ¿verdad, hermano? -interrogó Ana.
-Si -respondió él.
-José, ahora sí es verdad que los niños están contentos -dijo su mujer.
Ellos creían que iban a ser felices, pero la maldición los perseguía. El maleficio estaba echado.
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